Se relaciona con la idea de que nadie es imprescindible; con la naturaleza cambiante de la vida y con la diligencia y practicidad necesarias para responder a tales cambios.
El refrán toma su imagen de la política monárquica, en la cual, tan pronto muere el rey, es nombrado otro monarca. La empresa debe llevarse a cabo con rapidez, eficiencia y eficacia por el bien del Estado, de manera que las lamentaciones no interrumpen la diligencia de este proceso.
El refrán “A rey muerto, rey puesto” es de uso muy extendido en la actualidad, y tiene aplicación en infinidad de ámbitos. Por ejemplo, en el amor o en el trabajo.