Es un adagio popular que invita a desconfiar de las apariencias y, en su lugar, valorar la sustancia de las personas y el mundo que nos rodea.
De acuerdo con el refrán, lo bueno como cualidad no se encuentra en el aspecto exterior, sino en la naturaleza de las cosas o en la sustancia de las personas.
Es por ello que el dicho invita a tener una actitud atenta y vigilante, que sea capaz de percibir aquello que se esconde detrás de las apariencias.